Es cierto que somos hijos de la época en la que nos toca vivir, pero sin llegar a negar lo evidente, nada nos impide evocar tiempos pasados o incluso viajar en el tiempo hasta lugares remotos -reales o imaginarios-, si ello contribuye a alimentar nuestros sentidos, estimular nuestra imaginación o serenar nuestro estado de ánimo.
Si se dice que uno no es de donde nace sino de donde vive, ¿por qué no vamos a poder ser también de donde nos sintamos?
A mí, por ejemplo, me encantaría poder desplegar una pintura de Wang Lü (1332-1383) y encontrarme en un sendero escarpado camino del Monte Huà, acompañado de un borrico.
Precisamente los poemas y las pinturas chinas es lo que tienen, ¿no?
Para leerlos o contemplarlas uno abre sus ojos, pero también con ellos su mente y, a veces, incluso su corazón. Y hay que ser precavido porque moverse por la vida hoy así, a corazón abierto, no digo que sea peligroso, pero sí que te puede cambiar.
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Es posible que esta presentación acabe siendo un estímulo para invitarte a leer La pagoda blanca, El maestro del monte frío, Bosque de pinceles, El maestro de los cinco sauces, Cantos de amor y de ausencia, Sobre un sauce, la tarde, Recordando el pasado en el acantilado rojo o La montaña vacía, lecturas que sin duda te recomiendo encarecidamente en cualquier caso.