En la naturaleza, como en la vida, todo ocupa su propio lugar. Las montañas y los ríos, el viento y las nubes, los árboles y los pájaros. Todo, menos los seres humanos, que parecemos empeñados siempre en ocupar el lugar equivocado.

Cuando uno está en su sitio, fluye con la vida; cuando no, duda, desconfía, se preocupa, se compara, sufre o se enfurece.

Si somos espontáeos, es la intuición la que nos muestra el camino de forma natural, sin esfuerzo ni pérdida de energía.

Confiar en la vida también es confiar en nosotros mismos, en nuestra potencialidad. Desarrollar nuestras propias capacidades nos ayuda a conocernos mejor, a sentirnos bien siendo como somos, a identificar nuestro propósito en la vida. 

Como nos enseña El libro del sendero, ve las cosas tal como son sin pretender controlarlas, deja que sigan su propio curso y permanece en el centro del círculo.

Hijos del cielo y de la tierra en que vivimos, sección quinta.